¿Verdades a medias o medias verdades?
Algunas ideas sobre el bullying
Por:
Fernando Cataño Florián
Esta semana asistí a una de las reuniones denominadas "Encuentro para Padres" en el colegio de mi hija. Salí con una sensación de no saber exactamente la intención perseguida con el mensaje transmitido. Se habló sobre el bullying, esa amenaza social que se viene posicionando cada vez más en aumento en los últimos tiempos y que se cierne como nube negra sobre la existencia de nuestros hijos.
La exposición estuvo a cargo de una especialista, proveniente de las canteras de un Instituto Psicopedagógico, de manera que por lo menos formación técnica sí tenía, aunque algunas de sus ideas estaban un poco desfasadas e incluso mal planteadas, desde mi perspectiva de sentido común.
Ciertamente, el tratamiento científico del tema es bien recibido, en la medida en que sea posible contar con los elementos suficientes y correctos para evaluar y diagnosticar oportunamente un posible caso de violencia contra nuestros hijos. Al respecto, resulta sobrecogedora la realidad que se vive en otros países y preocupante en hecho de que en el Perú ya se viene comprobando una creciente manifestación de esta anomalía del comportamiento, incluso con resultados nefastos, como los casos de suicidio de dos niñas de 10 y 12 años en Lima y un niño de 13 años en Huamanga, Ayacucho, o el caso del adolescente arequipeño de 13 años que en el 2011, cansado del acoso que sufría puso veneno para ratas en sus galletas sabiendo que, como todos los días, sus agresores le quitarían el refrigerio.
El Bullying es una palabra proveniente del holandés que significa acoso. El primero que
empleó el término en sus investigaciones para el ámbito escolar fue Dan Olweus, quien implantó en la década del setenta en Suecia un estudio de largo plazo que culminaría con un completo programa antiacoso para las escuelas de Noruega.
La agresión puede tener varios matices, no solamente el físico. Esto nos lleva a preocuparnos seriamente por la atención de otras formas de acoso contra nuestros hijos, como los de tipo sexual, social, racial, verbal, psicológico o el terrible cyberbullying. Incluso, se identifica una agresión de tipo homofóbica que, en contra de lo que algunos psicólogos opinan, no induce a las víctimas a cambiar su orientación sexual sino que busca destruir la marcada orientación sexual del agredido.
Se sabe que el comportamiento de los niños es el rasgo más visible de su personalidad, en ello debe enfocarse nuestro conocimiento como padres, pero también debería ser responsabilidad de los colegios el que sus profesores identifiquen los perfiles de los alumnos que tienen a su cargo.
Es terrible constatar que en la realidad, muchos niños que pueden mostrar desde temprano tendencias hacia el trastorno hiperactivo terminen desarrollando en la adolescencia cuadros de patologías disociales que se caracterizan por una forma persistente y reiterada de comportamiento agresivo o retador.
De ahí que se perfile al agresor dentro de un cuadro de bullying con algunos síntomas, tales como exceso de peleas o intimidaciones, crueldad hacia otras personas o animales, destrucción de pertenencias ajenas, mentiras reiteradas, faltas a la escuela y
fugas del hogar, rabietas frecuentes y graves, provocaciones, desafíos y desobediencia persistente.
Pero no basta con esto, según el discurso que se torna oficial sobre el tema y que los
colegios están tomando como dogma de fe, además debe tenerse en cuenta para un diagnóstico aproximado de bullying que exista permanencia en el maltrato (se habla de un mínimo de 6 meses) y que exista una situación de asimetría de poder.
En la otra orilla, la víctima del bullying suele ser un niño o niña tímida, que manifiesta angustia, miedo y tensión ante una situación de acoso. Se trata de niños silenciosos, evasivos, que incluso pueden desarrollar cierto grado de mal humor con sus padres o maestros. En definitiva, no quieren ir al colegio, descienden en su rendimiento académico, muestran un marcado aislamiento en el entorno familiar y escolar producto del cúmulo de actos hostiles que padecen, como la sustracción de sus útiles o lonchera o, lo que es peor, de los golpes que exhiben en rostro y cuerpo. Se dice que son niños solitarios, sin amigos, ensimismados.
Pero en el contexto que define al bullying como tal, será acaso que un niño atormentado por una situación de maltrato sistemático tenga que adecuarse al molde descrito para exteriorizar el temor y desajuste que le son provocados. ¿Como padres tendremos que esperar a que pasen 6 meses de acoso y violencia de cualquier tipo para tomar cartas en el asunto?
En todo caso, para partir de un punto cierto, antes de divagar sobre la aparente solitariedad de un hijo y creerlo una potencial víctima de bullying o de conductas agresivas en general, es recomendable pasar por el especialista para tener un acercamiento del perfil de conducta del niño o adolescente. ¿Es solo reflexivo y callado o es una timidez aislante que debería preocuparnos?
Tratándose del estudio de una víctima, al parecer, la idea de que en muchos aspectos las víctimas de algún tipo de adversidad son en realidad los culpables de sus propios infortunios, como si el mundo y la vida estuvieran al revés. Y lo peor de todo es que, desde un punto de vista clínico, la tendencia psicológica de algún sector forense le da sustento técnico a esa postura de pensamiento, lo que me parece absolutamente irracional, ya que no es posible decir que, en ese sentido, la mujer que usa minifalda es culpable de haber sido violada.
Me pregunto si esta percepción distorsionada de la condición de víctima resulta aplicable a casos como el de la menor de 12 años que en el año 2010 casi termina con su vida cuando sus agresores subieron al internet los vídeos con todo el maltrato que le practicaban diariamente.
El corolario de la exposición fue una serie de recomendaciones sobre las que es preciso enfatizar, porque se trata de alertas y orientaciones en nuestro rol de padres que bien vale la pena tener en cuenta para lograr la mejor formación posible de nuestros hijos. Aunque muchas de los consejos dados se basan en la idea no tan santa de enfocarse en que son los chicos los propios responsables en un contexto marcado por posibles terceros intereses, en definitiva son estrategias para actuar como buenos padres:
En principio, amar a los hijos sin medidas.
Reforzar el cumplimiento de las normas y reglas de convivencia social.
Practicar la democracia de pensamiento en casa, dejando que el niño o niña participe y opine en lo cotidiano.
Motivar las instrucciones que se da a los hijos, demostrando que la razón y el orden y no la imposición o el antojo están detrás de las órdenes impartidas o las decisiones tomadas.
Que el niño aprenda a resolver sus propios conflictos, haciendo uso de buenas
prácticas de negociación.
Que los profesores o auxiliares mantengan un monitoreo general de los chicos a su
cuidado, sobre todo fuera de los salones.
Que el colegio esté abierto a las quejas y sugerencias del alumnado y los padres de familia, entre otros medios, a través de la colocación de un buzón.
Reforzar el tema de educación en los valores en el curso de los estudiantes.
Apoyo municipal y gubernamental hacia los planes de acción en materia de prevención y lucha contra el bullying y las formas generales de agresión, entre otros medios, a través de la instauración de líneas gratuitas 24/7 para denuncias de este tipo.
Durante la sesión para padres no pude dejar de pensar, con malicia intrínseca, que las entidades educativas están dando vueltas a la idea de cómo protegerse ante una avalancha de demandas judiciales y revuelos legales en relación con el tema. El Ministerio de Educación tiene la palabra para regular aquellas mínimas
políticas o planes estratégicos que en este tema debe implementar todo colegio, aunque ello signifique germinar la prueba que demuestre que en la realidad los centros educativos no se alinean a una acción preventiva o, por lo menos, de primeros auxilios cuando se presenta un caso de bullying o de cualquier otro tipo de agresión.